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jueves, 10 de octubre de 2013

Crítica teatral a "La cinta dorada", que podremos ver este domingo en el Darymelia

En  La cinta dorada, de María Manuela Reina, Ely Hortelano realiza un decoroso trabajo de dirección, en el que son protagonistas todos los intérpretes: Ana Carmen Ortega, Pedro Latorre, Antonio García Lorente, Alfonso Miranda, Miguel López y la propia Ely en el papel de Emilia. Una obra que parece que se acaba cuando los hijos de Emilia y Eduardo se detienen junto a la puerta, mirando a sus padres, dándoles quizá el último adiós. Es el momento más intenso de la obra.
Pero todo comienza cuando Adela, la única hija, ya con unos años a sus espaldas, relata desde el hoy los sucesos del ayer que ve el espectador. Es toda la obra un 'flash-back'. Adela, personaje en el que si alguien quiere ser muy adulador puede ver un rastro teórico de la Adela de Lorca, en la primera escena nos cuenta una historia, la de su familia, unos días en que estuvieron todos juntos con motivo del cumpleaños del padre. El secreto que ha cercenado y cercena las relaciones del grupo familiar, es el incesto habido entre los hermanos guardado celosamente dentro de un juego acerca de los caballeros de la tabla redonda.
Este es el secreto, pero el motivo, el punto de partida de las diferentes concepciones es que el padre ha sido un verdadero celoso del triunfo. Así, tiene un hijo que muy pronto será cardenal, un hijo financiero que se cuida el cuerpo con gimnasios y el alma con amantes, un hijo físico profesor de Oxford, y una hija que, debido a aquel fracaso detestado y temido por el padre, se dedica a esa profesión de la carne pero, eso sí, profesión en la que es la número uno.

Es elección de la autora no poner el conflicto sobre el escenario sino hablar sobre él, lo que le permite utilizar la escena para hablar de muchas otras cosas. A pesar de sonar a teatro antiguo, la puesta en escena que consigue Ely Hortelano se permite dejar segundos vacíos en cada escena que hacen que, pese a su larga duración, la obra se condense en esos momentos finales de cada oscuro, dejando así que la situación se explique por sí misma.

Lo que hay también es un buen trabajo actoral, pues Ely deja libertad a los actores para transitar por la escena. Una puesta en escena redonda en la que lo de menos quizá sea esa pequeña duda final pues quizá todo sea lo que vemos: una escena grande en la que una familia habla sobre sus problemas, pero sin entrar en el fondo para no herirse. Y es que, como la propia autora dice: «el teatro basta con sentirlo» y, en este caso, o se siente o no se siente. Quedémonos con eso y con el agradable descubrimiento de un nuevo actor en el panorama teatral ubetense: Miguel López.

(Fuente: ideal.es Vicente J. Ruiz)